Samburu, paraso riso

Martes, 3 abril

Hemos salido de Nairobi, capital de Kenia, a las 7:00am camino de la Reserva Natural de Samburu. El paisaje que vemos por la ventanilla del LandRover no se asemeja en nada al mundo que conocemos. Todo es diferente, la gente, los pueblos, la forma de vida, cada detalle llama la atención a nuestros ojos. 

A media mañana realizamos lo que nuestro guía, Ngochi, llama una “parada técnica”, donde podemos estirar las piernas, beber una cerveza Tusker, y comprar todo tipo de artesanía en un curio, tienda típica de carretera. 

Llegamos a la Reserva Natural de Samburu a la 1:00pm después de un interminable camino de baches, badenes y socavones que sufren especialmente los pasajeros de la parte trasera del coche. 

Es un lugar indescriptible, sufren una grave sequía, y la aridez del suelo, su color rojizo y el contraste con el cielo azul, son un regalo para la vista. 

A media tarde salimos en busca de los animales “cerca del río”, dice Ngochi. En un principio no hay suerte, y habrá pasado ya media hora cuando de pronto… ¡una jirafa! vemos una jirafa a lo lejos, la emoción nos invade y queremos salir corriendo a su encuentro. A medida que nos adentramos en la maleza se va descubriendo poco a poco la familia de cuatro jirafas reticuladas que galopan con elegancia, como si no existiera la gravedad para ellas. Los dibujos de su piel de formas casi geométricas nos abruma por su belleza, el contraste de colores… 

Proseguimos nuestro camino en busca de una manada de treinta elefantes que nos han avisado por radio que beben en el río. Pero en un giro del camino, sobre un árbol seco, nos encontramos durmiendo a un majestuoso leopardo. Nos acercamos lentamente y Ngochi desconecta el motor del todoterreno. Lo observamos en silencio, intentando integrarnos en su naturaleza. Su belleza y elegancia inundan nuestros sentidos… pero despierta. Su mirada nos busca, sus verdes ojos se clavan en los nuestros. Estamos tan solo a tres metros de él, puede saltar a nuestro coche, pero permanece estático, atento, expectante, curioso de nuestros movimientos. 

Ngochi ha avisado por radio de la presencia del bello felino, y en pocos minutos aparecen más de diez coches. La conexión se ha roto, ya no somos su centro de atención, ya no nos mira. Decidimos dejar paso a los demás, pero el leopardo, aborrecido de los turistas que incordian su descanso, se sumerge en la maleza donde el vago ojo humano no es capaz de seguir sus movimientos. 

Seguimos en busca de los elefantes, pero no hay suerte, han abandonado la orilla del río. En cambio nos encontramos con una familia de cuatro cocodrilos que dormitan en lo que queda de agua en la orilla del río. Y junto al coche una enorme familia de monos que nos sorprenden por su variado colorido. (Nos miran sin vergüenza, no nos temen, no les importa nuestra presencia. ) 

Empieza a anochecer y tenemos poco tiempo, en el momento en el que caiga el sol comienza la fiesta y por el bien de nuestra supervivencia debemos estar resguardados de las fieras salvajes. Pero al amanecer retomaremos el camino. 

Apenas ha salido el sol cuando hemos emprendido de nuevo la búsqueda de vida salvaje. El aire es fresco aún, mientras el sol asciende acariciando nuestra piel. Seguimos buscando la manada de elefantes cuando avisan a Ngochi por la radio. Nosotros, que desconocemos aún el Swahili, no comprendemos que pasa ni por qué Ngochi ha pisado el acelerador como si nos persiguiera un león. 

Pronto llegamos junto a un grupo de coches que observan a un leopardo sobre la rama de un árbol desayunarse un pequeño dik-dik. Pero nuestro guía no detiene su camino, con la promesa de que volveremos. Y unos minutos más tarde allí están, cansadas aún de la noche, tres leonas tumbadas  en la rojiza tierra. Su expresión denota cansancio, y están hambrientas, llevan días sin comer, se ven las costillas a través de su hermoso pelaje. Una de ellas, la más joven parece, ha sufrido un percance a lo largo de la noche, y aún le sangra la pata. 

En un giro magistral, Ngochi les cierra el paso a las leonas, y una de ellas se coloca junto a nuestro coche, indiferente ante nuestra mirada y el objetivo de la cámara es consciente de que la tememos, consciente de que es ella quien manda ahí. Finalmente se alejan hacia el río, caminando despacio pero con elegancia. 

Dispuestos a salir del parque nos encontramos a la tan buscada familia de elefantes que pasta tranquilamente cerca de la puerta. Y como regalo de despedida, cruza nuestro camino una cebra de Grevy, que sin líneas en la barriga, es la más hermosa de las cebras.

Pronto llegaremos a Aberdare. 

Cristina Rodríguez Díaz