Massai Mara: parte 2

Sábado 7

Aún no ha amanecido, cuando a las 6:15 de la mañana emprendemos nuestro camino. Al amanecer podremos ver más animales, dice Ngochi. 

Nos damos cuenta que hay muchísimos herbívoros, más que el día anterior. Ngochi nos explica, que durante la noche, los herbívoros se agrupan en los llanos abiertos para poder vigilar mejor si se acerca algún carnívoro. Nos dirigimos hacia los leones del búfalo para ver si hoy están comiendo, pero Ngochi recibe otro aviso por la radio. Otra vez campo a través y más baches. 

Nos dirigimos hacia un coche, pero aún no se ve nada, cuando nuestro guía grita “guepardo, guepardo a las 10”. Ahí está, lo vemos ¡qué majestuosidad al caminar! Nos hemos salido del camino, ¡qué importa! Seguimos al hermoso felino por la sabana, este de vez en cuando se detiene a observarnos. Entonces en un giro magistral Ngochi le corta el paso, pero a este no le importa. Ngochi nos avisa: “¡Cuidado! puede subir” pero no ha terminado de decir la frase cuando el animal ya ha subido al capó del todoterreno. 

Nuestra primera reacción es meternos todos en el coche, y algunos incluso rezan. Ngochi pide silencio, y poco a poco vamos asomando nuestras cabezas. El animal está plantado en el capó, desde lo alto es capaz de observar mejor la sabana, localizar mejor a sus presas. Estamos inmóviles, observando el felino, su belleza, su esbeltez. No hay palabras que puedan describir esta sensación, si estirásemos tan solo un poco el brazo podríamos acariciarlo. Es una mezcla de alegría y miedo, una sensación, un sentimiento que nunca habíamos experimentado. Intentamos hacerle fotos pero es casi imposible, está tan cerca que nuestros teleobjetivos no enfocan.

Tras unos minutos de placer, el guepardo se aburre y baja del coche, emprendiendo su camino hacia una lomas donde los todoterrenos ya no podrán seguirle. 

Ahora sí volvemos al lugar donde comen los leones. Se están dando un festín, ya están a la vista las costillas del búfalo. El olor es insoportable. El agua del arroyo ha ayudado a la putrefacción del animal, y aparte de los buitres, han venido todos los insectos del parque al olor del cadáver. Hacemos alguna foto y nos vamos corriendo, pues no se puede estar allí debido al hedor que desprende el animal. 

Volvemos al hotel para desayunar. Después de comer retomaremos la visita al parque. 

Ha empezado a llover mientras almorzábamos, así que para el safari de la tarde debemos cerrar el techo del todoterreno. Nada mas comenzar el paseo nos encontramos con un árbol muy peculiar. Ngochi lo llama “Salchicha africana” por la peculiar forma de sus frutos, pero se trata de una Kigelia africana.

La lluvia ha hecho que los animales se resguarden, y no nos encontramos con ningún gran carnívoro. Las horas avanzan y Ngochi empieza a ponerse nervioso. Es nuestro último safari en Kenia, y quiere que nos llevemos un buen sabor de boca. El paseo es muy agradable, pues la vista de la sabana y las nubes negras es preciosa, a pesar de que solo hemos visto a lo lejos una manada de elefantes y una familia de leones.

El tiempo se agota, ye está comenzando a anochecer, Ngochi está cada vez más nervioso cuando de pronto grita “leones, dos machos, leones”. Al principio no los vemos, pues miramos a los lados del camino, pero no están a los lados del camino, vienen por el camino. No nos importa la lluvia, abrimos el techo, nos da igual mojarnos. Son dos machos, dos machos inmensos y vienen por el camino, frente a nosotros, ignoran las miradas de los turistas, las cámaras de fotos, solo continúan su camino por donde quieren. Son preciosos, sus melenas están mojadas por la lluvia, pero en un leve movimiento de cabeza las sacuden y ya están secas. En cada pisada remarcan que la tierra es de ellos, son los reyes de la sabana. Acaban por salirse del camino y se pierden en la maleza. 

Continuamos nuestro camino cuando Ngochi vuelve a gritar “leones, muchos leones”. Ahora sí sabemos a dónde mirar. Vienen por la carretera. Es el resto de la familia, los machos encabezaban la marcha. Son la misma familia que llevan días comiéndose el búfalo, pero claramente se lo han terminado, pues parece que su barriga fuera a explotar. No tienen prisa, ni se preocupan por dejarnos pasar, son al menos once, leones jóvenes y leonas, se paran a descansar, a beber los charcos del camino, no se inmutan ante nuestra presencia. 

No conseguimos sacar fotos, pues temblamos de los pies a la cabeza. Qué majestuosidad, qué animal tan bello… No sé cuánto tiempo hemos estado parados, bajo la lluvia, admirando a los leones, pero estamos empapados y anochece. Tenemos que irnos, nos volvemos con muy buen sabor de boca.

De vuelta al hotel pasamos por el cadáver del búfalo, pero solo quedan huesos ¿qué comerán ahora los buitres? Seguro que queda algo para ellos. 

A la mañana siguiente a las 7 de la mañana abandonamos el hotel. Salimos del parque por la puerta Sekenani y este camino nos ofrece una vista completamente diferente. No encontramos tantos poblados Massai, sin embargo durante casi dos horas de camino nos cruzamos con cebras, jirafas, ñus, gacelas, impalas… es un país indescriptible.

Al medio día llegamos a Nairobi, y nos pregunta Ngochi ¿Repetimos?

Cristina Rodríguez Díaz