Alas desplegadas, visión aerodinámica y una velocidad de crucero de hasta 160 km/h. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? No, no es Superman, es un vencejo anunciando la llegada de las estaciones cálidas.
Tras recorrerse varios centenares de kilómetros desde el norte de África, el vencejo, una de las aves más ágiles del planeta, puebla los cielos de nuestras ciudades con sus rápidos vuelos y agudos chillidos.
El vencejo es un ave de acantilados que convierte la ciudad en su propio biótopo de “masas rocosas (edificios y manzanas) hendidas por una red de gargantas (calles y avenidas) con abruptos acantilados (fachadas)” y “frecuentes huecos y cornisas”, tal y como afirma el clásico “Aves de Sevilla”.
Todas las primaveras, el vencejo abandona el continente africano para librar nuestras noches de los molestos mosquitos y otros insectos voladores. Su inigualable vuelo de altura, la curiosa forma de boomerang de su cuerpo y las formas oscuras que se adivinan al avistarlo (el vencejo pálido es grisáceo, pero eso no se puede apreciar a tanta distancia) lo convierten en un inconfundible poblador de nuestras tardes estivales.
La adaptación del vencejo al medio aéreo es máxima: Aristóteles ya señaló que es un animal de “pies débiles” o patas atrofiadas (de ahí su nombre científico, apus, es decir, “sin pies”); sus alas llaman la atención por ser “largas y aguadañadas, preparadas para actuar a grandes velocidades y con el viento de cara” y su cuerpo, según Luis Miguel Domínguez, se podría definir como “el fuselaje de un avión de carne y hueso”.
Además, el pico es “de pequeño formato” y “da paso a una boca con una enorme capacidad de apertura, facilitando la captura de insectos en vuelo”, como describe el catedrático Enrique Figueroa en su libro sobre las aves sevillanas.
El vencejo no sólo está perfectamente adaptado a la vida en el aire, sino que prácticamente nunca toca tierra: ¿adónde van a parar durante el día esos cientos y cientos de aves que vemos cazando al atardecer? Tras haberse dado un auténtico festín, el vencejo asciende hasta los 1.000 metros y pasa la noche aletargado volando en círculos. Su adaptación con el medio es de tal calibre que no sólo duerme en el aire, sino que también copula mientras vuela.
Este ave insectívora tiene pocos enemigos: es demasiado rápido para que lo puedan alcanzar y está siempre tan bien acompañado que pocas especies se atreven con él. Sus mayores depredadores son el alcotán y el halcón peregrino, únicas rapaces capaces de pillarlo en un momento de descuido. Sin embargo, si hay que hablar de un gran enemigo, ése es el hombre con su arquitectura moderna.
El vencejo anida en las grietas de las paredes de los acantilados aprovechando la propia estructura de la roca, de modo que en un entorno urbano busca buhardillas, cornisas, cajas de persiana y todo tipo de huecos para llevar a cabo la puesta. La ciudad moderna, un lugar donde proliferan las fachadas lisas de metal o cristal, se convierte así en un lugar completamente inhóspito para este ave tan particular.
Ante este desalentador panorama, sólo caben dos escenarios posibles para que las próximas generaciones puedan seguir disfrutando de este avión con plumas: un cambio en el diseño arquitectónico o la adaptación de los edificios existentes.
Por esa razón, el Plan Estratégico de Sostenibilidad de la Universidad contempla que el diseño de las nuevas edificaciones potencie la biodiversidad de los campus y, por tanto, de la ciudad de Sevilla. En el caso de los vencejos, las golondrinas y los aviones, se establecen unas directrices para que los edificios tengan unas cornisas y grietas en la fachada que favorezcan la nidificación de estas especies.
Como se ve en la excelente película de Abbas Kiarostami, Copia Certificada, ése es el único modo de que los vencejos sigan siendo, cada primavera y cada verano, la banda sonora de nuestros atardeceres.
Alejandro Ávila